Los cuentos que se cuentan, son los que cuentan, porque los que no se cuentan, no cuentan; y es que un día me desperté llena de miedo, enferma, con mucho dolor en mi estómago. No sabía que me pasaba y lo que hacía era llorar. Fui al médico y me diagnosticaron piedras en la vesícula y tenían que operarme de emergencia.
Llamé a mi mamá ya que en ese momento estaba en proceso de divorcio y no tenía a quien más acudir, estaba sola, sin dinero y con dos niños pequeños. Mi madre me acompaño, en todo el proceso pre y post operatorio. Mejoré y al poco tiempo comencé a sentir mucho dolor nuevamente en mi estómago, regresé de emergencia al médico y me dijeron que me habían quedado piedras en el colédoco y tenían que extraerlas, además que eso lo hacían era en el Hospital Pérez Carreño de Caracas. En ese entonces me estaba quedando en casa de mi mamá en La Victoria Estado Aragua. Y ya no había vuelta atrás, para Caracas a sacarme esas piedras, pero cuando los médicos hicieron la introducción de la sonda para extraer las piedras, las mismas deslizaron y fueron a dar al páncreas.
Al día siguiente después de haber sucedido esto comencé a vomitar sin parar y el dolor era el más grande que nunca antes había sentido, al ingresarme a una clínica en La Victoria los médicos dijeron: esto es una pancreatitis y ella está muy grave, aquí la podemos auxiliar, pero deben llevársela a Caracas al Hospital Universitario, allá tienen los medios y recursos para asistirla. Me daban dos horas de vida, así que me inyectaron morfina, y me pusieron una sonda nasogástrica y en ambulancia para Caracas.
Me despedí de mis hermanos y solo pensaba en mis hijos, no sabía si iba a regresar, lo que hice fue rezar y pedirle a mi Dios y al Doctor José Gregorio Hernández que me ayudara, que no me quería morir.
Y por qué les cuento todo esto, porque justamente a través de esta manifestación de dolor fue que mi cuerpo habló y me dijo epa, es hora de hacer un alto en tu vida, “lo tomas o lo dejas” y decidí tomar esta experiencia, aun sufriendo, pero sin saber todavía porque me estaba sucediendo eso.
En el Hospital Clínico Universitario me recibieron unos ángeles, si unos médicos excelentes que no se despegaron de mi lado durante toda la noche, esa era la orden del médico especialista, muy amorosos le brindaron la oportunidad a mi mamá que durmiera en la cama que estaba al lado. Gracias a la atención y el tratamiento adecuado volví a nacer.
Me recuperé y quince días después me dieron el alta bajo una rigurosa dieta y tratamiento estricto y registro médico semanal. Así que viajaba a Caracas todas las semanas a mi consulta y monitoreo de exámenes, al principio me acompañaba mi mamá o mi hermana, después me iba sola, ya me encontraba en condiciones de hacerlo yo misma sin acompañante.
Luego se derramó la bilirrubina en la sangre, me puse toda amarilla y los médicos me dijeron que eso era normal después de una pancreatitis, así que seguí con tratamiento y dieta estricta.
Lo cierto es que me recuperé, pero en mi mente lo que había eran preguntas y más preguntas sin respuestas. Mi abuelita Rosa decía que Dios te da la enfermedad y también el remedio, y a pesar de estar en mi caos, miedo, en sentirme víctima, vulnerable por completo, comenzaron a llegar señales divinas, esas señales del cielo, así fue como llegó a mis manos el libro USTED PUEDE SANAR SU VIDA de Louise Hay. Cuando comencé a leer el libro y me di cuenta que tenía el significado emocional de las enfermedades, enseguida busqué el de pancreatitis. ¿Y saben lo que significa? HABER PERDIDO EL DULZOR DE LA VIDA.
En ese instante fue que hice consciente lo que me había sucedido y por qué mi cuerpo había hablado. Estaba pasando por una situación de divorcio y todo lo que eso acarrea en ese proceso, por supuesto en ese entonces yo no contaba con las herramientas que tengo hoy día, en mí solo habitaban muchas creencias limitantes, niña herida, juicios, críticas, falta de amor propio, en fin, todo lo que genera no creer en ti y haberle entregado tu poder personal a otra persona.
Pero una vez que desperté de este sueño oscuro donde me encontraba y comencé a ver la luz, hice consciente y entendí que todo lo que me había pasado tenía un fin y era hacerme responsable de mis actos , de valorar y apreciar las maravillas que Dios me había dado y que hasta los momentos no había aprendido la lección , así que comencé a saborear la vida, a amarme tal como soy, y fue entonces que comencé mi recorrido de sanación y perdón a través de la Gratitud, el Merecimiento y el Amor Incondicional.
Jacqueline Guerra Macuare